Imitadoras de Cristo, Buen Samaritano
Quiso nuestro Señor inspirar en su Iglesia, por medio de santa María Soledad Torres Acosta, el carisma de las Siervas de María Ministras de los enfermos para imitar al mismo Cristo que pasó haciendo el bien (cf. Hch 10, 38) y curando todas las dolencias y enfermedades (cf. Mt 4, 23).
Vosotras, imitando a vuestra Santa Madre, servís con amor generoso a los enfermos que visitáis, imitando a Cristo Jesús y haciendo vida el espíritu de las bienaventuranzas: «estuve enfermo y me visitasteis… cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 36. 40).
Por eso, queridas Siervas de María, sois vosotras las que diréis al enfermo: Cristo te espera, ¿estás cansado y agobiado? Acude a él, que él te aliviará; carga con su yugo y aprende de él las virtudes necesarias para sobrellevar la enfermedad: la mansedumbre y la humildad de corazón. Confía en el Corazón de Jesús, porque su yugo es llevadero y su carga ligera (cf. Mt 11, 28-30).
Sois vosotras las que habrán de decir a los enfermos que están postrados en el camino de la vida: ahí está Jesús, está pasando a tu lado, tú no lo ves pero yo, como Juan Bautista, te lo señalo; llámalo desde lo más profundo de tu corazón, dile que tenga compasión de ti, para que abra tus ojos, los ojos del alma (cf. Mt 20, 30-34) y recobres, si no la vista del cuerpo, mejor aún, la vista del alma; y le sigas adondequiera que vaya (cf. Lc 9, 57).
Sois vosotras las que romperéis los techos de la incredulidad para meter la fe en la casa de los enfermos, haciendo descender su camilla hasta el maestro con cuatro cuerdas: prudencia, fortaleza, templanza y justicia, logrando que, por la práctica de las virtudes y la contrición perfecta, el enfermo alcance el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación y pueda marcharse llevando en sus manos su propia camilla (cf. Mc 2, 1-12), libre ya de toda atadura a la tierra y teniendo como alimento para el camino hacia la meta definitiva a Cristo, pan de vida eterna.
Sois vosotras las vírgenes prudentes que veláis ya junto al esposo (cf. Mt 25, 1-13), que está presente bajo el velo del enfermo, con la lámpara encendida por el óleo de la fe, la esperanza y la caridad, haciéndole entender a aquél que se ve postrado en el lecho «que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará» (Rom 8, 18).
Queridas Siervas de María, en este día tan solemne nos encomendamos a Jesús, Divino Enfermo, médico de los cuerpos y de las almas, varón de dolores, compasivo con sus hermanos, que experimentó la debilidad de la carne para hacernos comprender el valor salvífico del dolor. Nos encomendamos a ese Buen Samaritano al que imitaron, con su palabra y con sus obras, santa María Soledad, la beata María Catalina, las beatas mártires, la Madre Soledad Sanjurjo y tantas otras Siervas de María en cuya compañía esperamos gozar por siempre de la gloria del cielo que el Buen Pastor prometió a los siervos buenos y fieles que supieron verlo en el enfermo y lo visitaron.